“Sumampa, la antigua población
santiagueña, resume por sí sola nuestra añeja tradición cristiana; Sumampa,
cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, Sumampa, la de los milagros,
la de la romeros fervientes, la de la vieja historia; está escondida entre las
laderas de unos montes, salvada del olvido de las generaciones presentes por
las generaciones pasadas que conservaron la fe en la Virgen María, por su
imagen que evoca la maternidad divina”.
Así escribió en una de sus
cartas que adjuntó a su libro “La agonía de los pueblos” el célebre historiador
santiagueño Oreste Di Lullo, en el año 1946; y cuánta razón tenía, porque
Sumampa se ha caracterizado siempre por ser un verdadero polo cultural, no sólo
por las manifestaciones que le ha legado el pasado y su rica historia, sino
también por la proyección que actualmente se le sigue dando a todo lo que
implique un rasgo identificatorio de nuestra forma de ser y que se manifieste
un fuerte compromiso con la cultura; a esto hay que sumarle, el sentido del
trabajo común que tiene nuestro pueblo y que tiende a enriquecer este
reservorio cultural que es Sumampa.
Afirmaba el anterior
responsable del santuario: “Vamos llegando a los cuatro siglos desde que Dios
nos mandó una mamá a todos los santiagueños. Cuánta historia de amor, de rezos,
de promesas, de llanto agradecido y de canto hecho alabanza. No se puede
entender Sumampa sin esta presencia. Miles y miles de peregrinos que pasaron
por ese vallecito a visitar a la Patrona son hijos que experimentaron la
ternura maternal de la Virgen de la Consolación. El mismo Dios, con rostro de
mujer y amor de madre, les ofrecía su consuelo y los bendecía”.
“Cada año se renueva esa
alianza de amor y los hijos, muchos de lugares muy distantes, vienen a visitar
a la mamá. Ella nos reúne, nos hermana y nos invita a celebrar la vida y la fe.
No nos sentimos huérfanos ni abandonados por Dios. Hay fiesta en Sumampa. El
pueblo creyente agradece al Señor el regalo maravilloso de su madre”, concluyó.